miércoles, 7 de septiembre de 2011

Amanda y el tiempo

Desmenuzar su dolor, en pequeñísimas partecitas bien detalladas y concretas, era demasiado angustioso. Esbozarlo apenas, como una pincelada al aire de pintura gris, era demasiado poco catártico, demasiado poco. Amanda no sabía qué hacer con su llanto. Amanda no entendía qué hacer con su llanto. Quería escribirlo, pero mientras lo decidía ya le parecía una mala idea. Quería soltarlo, pero era tanto…

Su tiempo era la frustración misma, inmunda sensación que se actualizaba a cada paso. No había presente, sólo impotencia.

Amanda no podía hacer, y peor, no podía decir.

El mismo fluir incesante del tiempo se le hacía pesado, insoportable; de tan inevitable, inaguantable. Caldo espeso y caliente, pantanoso, amargo.

Amanda de a ratos era una simple existencia -inmóvil, inútil-, bolsa de carne, manojo de huesos, existencia vacía, hueca, desapercibida, a la que los días le pasaban rozando y ya ni la piel se le erizaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario